Taquero migrante 

Egresado de la escuela Mariano Matamoros, en el corazón del barrio, él era conocido como el hijo de don Juanito, el herrero. Don Juanito era un hombre dedicado a su oficio, dueño de una fragua donde el calor del hierro fundido daba vida a cuchillos piscadores y rejas para el arado. Era un hombre de manos firmes y espíritu incansable, cuyas creaciones eran indispensables en el campo.

Mientras tanto, su hijo, a quien llamaremos el Paria, continuaba sus estudios en la escuela del pueblo. El Paria creció rodeado del amor de una familia numerosa: hermanos y hermanas, cada uno dedicado a un oficio distinto, todos trabajando con esfuerzo para salir adelante. Sin embargo, él tenía un sueño que no cabía en los límites del pueblo; su destino lo llamaba lejos.

Con el corazón dividido, el Paria tomó la difícil decisión de emigrar, dejando atrás a su familia, a los amigos entrañables y los recuerdos que lo habían moldeado. Su odisea lo llevó hasta Los Ángeles, California, un lugar donde comenzó sin nada, enfrentando el desafío de construir una nueva vida desde cero.

Con determinación y esfuerzo, inició un pequeño negocio: fabricar y vender chorizo. Lo que al principio era apenas un modesto proyecto, con el tiempo, se transformó en un negocio de renombre, conocido por su calidad, sus precios competitivos y su impecable puntualidad en las entregas.

Hoy, tras años de arduo trabajo y sacrificio, el Paria es un empresario exitoso. Su marca no solo es sinónimo de excelencia, sino también de la tenacidad de un hombre que supo superar la adversidad. Sin embargo, el éxito tuvo un costo: el Paria sacrificó la cercanía con su familia y dejó atrás las charlas y risas de antaño con aquellos amigos que marcaron su juventud.

La historia del Paria no solo es la de un emprendedor triunfador, sino también la de un hombre que, con cada paso que dio hacia el futuro, dejó una parte de su corazón en el pasado.